A propósito del salario ético.
Claudio Palavecino 13 Sep 200913/09/09 a las 23:33 hrs.2009-09-13 23:33:13
En las últimas semanas se ha desarrollado un intenso debate a propósito del llamado sueldo o salario “ético”. El reclamo por un salario justo, constituye una variante más de la exigencia de “justicia social”, idea ésta que, nacida con el socialismo decimonónico, se propagó con éxito formidable y es compartida hoy por muchos que ni siquiera suscriben aquella ideología. Pudiera resultar saludable para la discusión exponer algunas reflexiones que formulara Friedrich Hayek (1899-1992), en Derecho, Legislación y Libertad, particularmente en el tomo segundo de esta obra, titulado sugestivamente “el espejismo de la justicia social”.
Cuando hoy se habla de “justicia social” se alude a lo que los antiguos llamaban “justicia distributiva”, vale decir, recompensar a los individuos según sus méritos o según sus necesidades. Una aspiración muy razonable, aparentemente. El problema es que, en una sociedad de mercado, no existe una voluntad o agente capaz de hacer conscientemente semejante distribución. En una sociedad de mercado la distribución de los medios para satisfacer las necesidades es espontánea y en gran medida aleatoria. Como en un juego, lo que a cada cual le toca depende de la propia habilidad y también de la suerte.
¿Es por ello injusto el mercado? No, categóricamente. La justicia es un atributo de la conducta humana. El proceso mediante el cual el mercado distribuye bienes y servicios es impersonal, disgregado en millones de imprevisibles decisiones individuales, por lo que no puede ser globalmente tachado de justo ni de injusto. El concepto es simplemente un sinsentido, igual que la expresión “una piedra moral”.
Ciertamente, en el mercado, la distribución no opera según principios reconocibles de justicia. Como observó Diego de Covarrubias, obispo de Segovia, a mediados del s. XVI, “el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso aunque tal estimación sea alocada”; añadiendo, para ejemplificar su tesis, que “en las Indias el trigo se valora más que en España porque allí los hombres lo estiman más, y ello a pesar de que la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares”. Otro escolástico, Luis Saravia de la Calle, en su Instrucción de mercaderes, publicado en 1544, escribió que “los que miden el justo precio de las cosas según el trabajo, costas y peligros del que trata o hace la mercadería yerran mucho; porque el justo precio nace de la abundancia o falta de mercaderías, de mercaderes y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros”.
Esto puede parecernos profundamente insatisfactorio desde el punto de vista moral. A favor del mercado podemos decir que es el único sistema que permite el uso eficiente de información dispersa entre millones de personas y, sobre todo, el que ha mostrado mayor respeto por las libertades individuales.
Podemos cambiarlo, por supuesto. Otro mundo es posible. Pero ese otro mundo supone que los individuos cedan más y más poderes a los gobiernos. “La sociedad” es una mera entelequia, no tiene consciencia ni voluntad propias, por tanto, la exigencia de justicia social es una apelación a los miembros de la sociedad, a todos nosotros, para organizarnos de tal modo que se puedan asignar determinadas cuotas de la producción social a los diferentes individuos y grupos. Fue bajo esta bandera que fuimos cediendo poderes a los gobiernos que ahora no pueden negarse a usar para satisfacer más y más reivindicaciones de intereses particulares que han sabido usar la fórmula mágica de la justicia social. A su vez, cada esfuerzo de los gobiernos para realizar la justa distribución conlleva un mayor control de los individuos y de los grupos, una pérdida de libertades. Acaso no exagere Hayek cuando afirma que “mientras el mito de la ‘justicia social’ gobierne la acción política, este proceso deberá conducir progresivamente a un sistema totalitario”.
Y suponiendo que estemos dispuestos a soportar este cambio ¿valdría la pena? ¿Podría un gobierno dotado de poderes suficientes determinar el salario justo? Juan de Lugo, cardenal jesuita, investigando acerca de cuál podría ser el precio justo de las cosas, llegó a la conclusión, a mediados del s. XVII, de que dependía de tan gran cantidad de circunstancias específicas que sólo Dios podía conocerlo (pretium iustum mathematicum liceo soli Deo notum).
Última Modificación | 13 Sep 200913/09/09 a las 23:33 hrs.2009-09-13 23:33:13 |
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